El delito y la entrada en prisión interrumpe la vida familiar, no sólo de la persona reclusa, que ingresa en la cárcel, sino también de sus familias. Muchas de las personas que están en prisión están solas, divorciadas, solteras… Solo el 18% de las personas reclusas tiene su propio capital social. Entre los extranjeros, la proporción de personas reclusas con familia o con lazos familiares o afectivos es todavía menor.
El 76% de las familias asevera efectos negativos en la vivencia de la familia como consecuencia del internamiento en prisión de uno de sus miembros. Estas repercusiones negativas para la familia son de diversa gravedad, señalamos las más significativas de acuerdo con la clasificación del autor (César Manzanos): El 15% consideraba consecuencias para la familia irreparables, tales como destrucción de la familia (abandono o cesión de los hijos, disolución de la familia), ruptura de relaciones del preso con la familia, ruptura de relaciones con algún miembro del hogar, problemas psíquicos graves… El 11% consideraba consecuencias para la familia de tipo muy graves, tales como deterioro de la relación familiar (tensión, riñas, conflicto permanente…) o agravamiento del problema de drogodependencia… El 18% consideraba un tipo de consecuencias graves para la familia, tales como rechazo social por parte de la familia, o rechazo social por parte del entorno, o problemas económicos… Un 31% hablaba de repercusiones negativas coyunturales tales como desequilibrio en la familia (preocupaciones, nerviosismo, depresiones, impotencia…). Tan sólo un 3,8% consideró que no hubo repercusión negativa o que ésta fue positiva muy sobre todo en los casos de violencia familiar o procesos de desestructuración.
Familiares de personas reclusas con los que trabaja Fundación Atenea cuentan su experiencia en España Directo de RNE.