El trabajo “Las hermanas caídas: roles de género en el consumo de alcohol y drogas en mujeres presas” es de 2012, pero sus conclusiones siguen vigentes y ponen en evidencia la necesidad de buscar soluciones con una óptica de género. “Ser mujer es motivo de exclusión. Las mujeres siempre están en un escalón más bajo por el mero hecho de serlo. De ahí el fenómeno de la feminización de la pobreza. La desigualdad de género estructural que experimentan las mujeres de por sí es un elemento exclusor que favorece la pobreza estructural de la población femenina. Y esta desigualdad se manifiesta en la violencia de género que muchas de ellas han padecido en su vida, y en que el consumo de drogas, que es el escenario que estudiamos en esta investigación, está estrechamente vinculado con esa desigualdad por género que vivencian” afirma el estudio de la Fundación Atenea sobre consumo de alcohol y otras drogas entre mujeres presas. Porque, según evidencia el estudio, el consumo que puede darse en prisión, por parte de estas mujeres, también está vinculado al aspecto de género. Se considera, tal y como apunta Violeta Castaño, autora del trabajo, que las mujeres que consumen en prisión ya tienen una trayectoria previa de consumo de sustancias, consumo relacionado con elementos de género; y las mujeres que comienzan a consumir en la cárcel también lo hacen por motivos de género (inquietud por no poder ejercer su función maternal, abandono de la familia…).

En el caso de las reclusas se observan hasta cinco elementos exclusores: 1. son mujeres 2. Presas, 3. Algunas son drogodependientes y 4. Algunas son de origen inmigrante o de etnia gitana, 5. E incluso algunas cuentan con alguna discapacidad o con alguna problemática de salud mental como producto de su adicción.

El hecho de ser mujeres que han cometido un delito, que han trasgredido una norma social, supone un importante grado de estigma social, ya que delinquir es un acto mayoritariamente masculino, señala el estudio. “Las mujeres antes que cometer delitos para conseguir dinero recurren a otras alternativas, como es el ejercicio de la prostitución o someterse a empleos muy por debajo de su capacitación, entre otras. Las causas, decimos, también son distintas y ellas delinquen mayoritariamente por cuestiones relacionadas con el género: para sacar adelante a unos hijos/as que habitualmente cuidan sin la existencia de una pareja hombre, para tratar de subsanar unas deudas que le ha dejado la pareja hombre, o situaciones de penuria económica generada por el varón, o acompañando a una pareja donde él es quien decide y planea el delito y ella es la acompañante”, recoge el documento de Atenea.

El hecho de ser mujeres que consumen drogas también supone, afirma la autora, una importante ruptura de los valores sociales: “Se ha observado que el abuso de las mujeres en cuanto a las drogas está vinculado a cuestiones de género (relaciones desigualitarias o violentas de pareja…) y más relacionado con el alcohol y la medicación, ya que son sustancias legales y además menos penalizadas socialmente; así, las mujeres, no quebrantan de manera tan radical el rol de mujer definido desde las pautas de género”. En este sentido, el trabajo también recoge cómo cuando las mujeres trasgreden esta norma ocupando espacios de varones, espacios públicos de diversión donde se incluye el consumo de sustancias, son penalizadas doblemente, por ser consumidoras y sobre todo por ser mujeres que abandonan su rol de mujer (maternidad, etc). “Por ello, ellas consumen más otro tipo de sustancias, las legales, que además están presentes de manera habitual en el espacio privado, y tienden a consumirlas en ese espacio privado donde, por norma social, deben situarse las mujeres”. En este amplio análisis del problema, se considera fundamental analizar a la población de mujeres aplicando la perspectiva de género para aportar soluciones a la feminización de la pobreza.

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