Decía Platón que tal vez los griegos la llamaron Theonóē -en la idea de que conocía las ”cosas divinas”-, o bien Ethonóē como “inteligencia ética”, de donde, en cualquier caso, derivaría más tarde Athēnáa.
Dicen también las fuentes que se mantuvo virgen, y que cuando Tiresias quedó cegado para siempre por su desnudez, le compensó con la facultad de entender el lenguaje de los pájaros y con ello le dio el don de la profecía. No fue diosa del amor, pero sí mostró al menos un poco de misericordia con el voyeur, como lo hacía en los juicios en los que los jueces no se ponían de acuerdo y ella, ante la duda, liberaba al acusado.
Claro que, como suele ocurrir con algunas vírgenes, tuvo un hijo -según algunas fuentes- o lo cuidó como si fuera suyo -según otras-, un hijo que más tarde se convertiría en el rey fundador de Atenas.
Atenea odiaba las injusticias y las guerras de conquista de las que tanto gustaba Ares (el dios Marte para los romanos, que era a la vez el dios de la guerra, la violencia y la “virilidad” masculina).
Era protectora del Estado y de las cosechas. Nunca llevó armas en tiempos de paz y cuando las necesitó, según algunas, se las pidió a Zeus y, según otras, las hizo forjar.
No fue diosa de la guerra ni de la violencia, ni tampoco de ninguna especie de “virilidad masculina”, pero eso no la impidió entrar en batallas cuando fue necesario y proteger ciudades, y a los héroes que hubieran destacado primero por su prudencia. Porque, además de la misericordia, a Atenea le gustaba la prudencia. No en vano es la única figura mítica que aprisiona sus alas pisándolas con sus propios pies (al menos, hasta el día en que, de verdad, las necesita).
Misericordia y prudencia, sí, pero Atenea no parece que llegara a ser realmente ni virgen, ni mártir.
Hoy Europa debe desplegar sus alas, y esperamos que no requiera forjar más armas, contra la imprudencia, la intolerancia y la violencia inmisericorde. Contra la “virilidad” masculina de Marte.
Desde el feminismo, no han sido pocas las ocasiones en las que la violencia machista ha sido asociada a la violencia cruenta de las guerras de conquista, o a la violencia contra el medio ambiente y, en general, contra la “madre” naturaleza. Dicha asociación se entiende plausible en la medida en que la causa de todas ellas se nos antoja común: el adueñamiento, por los hijos de Ares, de cuerpos y territorios, de derechos y libertades, de la integridad física, la vida o la muerte de cualquier ser vivo incluidos los y las semejantes.
En estos -otros- días de la vergüenza, resulta imposible no ver las semejanzas entre unas y otras formas de violencia, como también se hace difícil no verlo en la insistencia de la amenaza nuclear.
Hoy es el día de todas las mujeres y, especialmente, debería ser un día de solidaridad con todas las mujeres de Ucrania. Pero no podemos olvidar que ha sido una nación entera la que ha visto violentada su integridad, sus casas, sus medios de vida, sus derechos y sus libertades. Una situación tan desesperada y horrible para las mujeres como para los hombres, para sus hijos e hijas. Si lo queremos en femenino, para toda una sociedad, que esperamos no tenga que mostrarse ni virgen ni mártir para ser oída y atendida con una sola voz, con prudencia pero con misericordia, por todos, por todas, por todes. El feminismo no puede hoy desmarcarse de la denuncia de esta violencia ni de la acción común.