Cuando hablamos de prostitución, generalmente la atención se dirige a las personas (en su mayoría mujeres) que son prostituidas, pero rara vez se dota del protagonismo que merece a aquellas personas (en su mayoría, hombres) que la sostienen, incrementan y justifican: los puteros.
Podemos llamarles clientes, consumidores de la industria del sexo u hombres que buscan satisfacer sus necesidades sexuales (todas ellas naturales e irrefrenables – léase la ironía –) con damas de la noche, meretrices, mujeres de vida alegre o buscadoras de dinero fácil (léase la ironía también). En definitiva, mujeres prostituidas, tratadas o explotadas, sea por redes de trata, proxenetas o por la sociedad patriarcal.
Pocos hombres van a reconocer abiertamente que son puteros, mucho menos van a hablar de su experiencia sin responder a cierto grado de deseabilidad social. Por este motivo, desde el programa Higea nos aventuramos a entrar en esos foros de discusión en los que comparten sus historias y opiniones sobre las mujeres a quienes creen pagar porque consientan mantener sexo con ellos. Entramos en estos foros y, con cierto dolor de estómago, tratamos de filtrar la información para que sea medianamente digerible – o al menos masticable – por la sociedad general. Y ¿qué nos encontramos durante el confinamiento? Pues un poquito de todo:
1. A quienes carecen de empatía y se frotan las manos:
O buscan la forma de mantener su título de puteros a pesar de la cuarentena:
2. Quienes son expertos y realizan sus propias predicciones en cuanto a ley de oferta y demanda:
Estos mismos comparan la sexualidad de la mujer con el petróleo o se remontan a la antigua Grecia para dar validez a sus hipótesis:
Otros alertan a sus compañeros del peligro de pagar por denigrar a una mujer de forma virtual: no podrán hacerlo físicamente o cara a cara en un futuro.
3. Quienes creen que tienen sus propios métodos anti-contagio (de covid-19, eso sí, las ITS han sido y serán caso aparte): “Dicen que si follas en pompa…”. “Cagüen la puta”, “Yo lo veo sencillo”. Siempre con el mayor desprecio posible hacia la mujer-objeto que está implicada en la acción.
4. Quienes generan poco menos que manuales para “ir a las putas” sin ser multado por la policía “mientras vayas con una bolsa”, armados bajo el brazo con su bolsa de tela del supermercado.
5. Quienes están viviendo el efecto del consumo de pornografía mainstream en sus propias carnes, degradando a sus propias parejas (mujeres también) y con planes bastante agresivos a la hora de tratar a esas profesionales a las que tanto extrañan.
6. Quienes se niegan a que las mujeres prostituidas reciban siquiera una ayuda económica del estado, puesto que no son dignas de recibir dinero a no ser que sea a cambio de sexo. Sexo que ellos paguen y controlen.
¿Cuál es la peor parte?
Que estos prostituidores no son personajes de cine o series de narcos. Están en todos los sectores de la sociedad, forman parte de empresas, grupos de amigos/as, familias… Están insertados en la sociedad y tienen todos sus derechos (en la mayoría de los casos) garantizados y sus necesidades cubiertas. Mientras, estas mujeres-objeto tratan de subsistir durante el estado de alarma, con la vergüenza y el estigma social que conlleva haber estado en prostitución, con escasas redes de apoyo porque esos mismos que las compran las niegan y las apartan de la sociedad.
Si ellos están en todas partes, la sensibilización también tiene que proceder de todos los canales.